Confiamos en nuestros médicos. Ellos son los profesionales. Nosotros leemos y podemos estar más o menos informados, pero ellos son los profesionales. Confiamos en los matemáticos, en los físicos, en los químicos. ¿Confiamos del mismo modo en los psicólogos, en los sociólogos o en los docentes?
Hace un mes que tengo en mente compartir esto contigo, desde que, en una conversación, una amiga me respondió "tú eres el profesional". Empecé a preguntarme por qué no siento que por el hecho de trabajar como docentes estemos cualificados para ello.
Se dice que vivimos en la sociedad de la información; atrás quedó la industrial. Hoy, el conocimiento está más al alcance de todos que nunca. Hace unos años, el saber estaba en posesión exclusiva de los expertos: medicina, ingeniería, pedagogía... La gente no tenía más remedio que fiarse de esos expertos. Ahora, cada vez más, podemos acceder a ese conocimiento desde cualquier parte del mundo. Incluso podemos leer artículos de las publicaciones científicas más prestigiosas del mundo. En los últimos años, además, se ha vuelto más probable que un día se deje de cobrar por dar acceso a esas publicaciones. Se habla de la democratización del conocimiento. Eso es estupendo, porque cuanta más gente se informe y se forme, más seremos para aprender entre todos y unos de otros. ¿Eso significa que cualquiera se puede proclamar experto en un área por haberse informado a través de Internet? Claro que no.
Sin embargo, es posible que en alguna ocasión hayas dejado de confiar en un profesional de los que hablamos. Puede que tu médico te haya decepcionado por haberse equivocado en su diagnóstico o en el tratamiento adecuado, o que no compartas la forma de actuar del profesor de tu hijo, por ejemplo. Esto ocurre ahora más que nunca, porque estamos más informados que nunca.
Pero ¿dónde está el problema? ¿Tu médico ha tenido una formación insuficiente? No lo creo. Además, no estoy capacitado para valorar eso. ¿Y el maestro de tu hijo? Por supuesto que sí. Una formación inicial con grandes deficiencias, en la carrera de magisterio, en la que deberían prepararnos para propiciar el aprendizaje en los niños. Un plan de estudios basado en ocurrencias de este o aquel señor. Hablamos de España y sus universidades, que no son las únicas con este problema, ni mucho menos. Por supuesto, en los procesos selectivos (oposiciones) se pide a los futuros docentes que estudien temarios con esos mismos contenidos; algunos irrelevantes, otros sin ninguna base científica.
Desde luego, al acabar el grado de maestro puede que hayas aprendido cosas, pero ¿qué cosas? ¿Es lo que necesitas saber para que tus alumnos aprendan lo mejor posible? ¿Se basa en las actuaciones que han probado ser más eficientes y en los estudios respaldados por la comunidad científica internacional?
Antes te hacía una pregunta sobre si hay diferencias entre ciencias como la biología y ciencias como la pedagogía, donde se estudia el trabajo con personas. Está claro que el último caso es muy distinto, pero sí que hay estudios y por supuesto que ha habido avances. Del mismo modo que un médico debe estar al tanto del mejor tratamiento para tu familia, un docente debe formarse e informarse sobre las mejores actuaciones para nuestros hijos. Solo de esta forma podremos compensar la pobre formación de nuestras universidades.
Para acabar, te pido que pienses en esto. Nuestra sociedad tiene que reaccionar y, poco a poco, exigir que se abandone los procedimientos que generan fracaso en la educación. Hay cambios que requieren mucho tiempo, pero hay otros que son inmediatos. Lo importante es mejorar, al ritmo que nos sea posible. En el futuro, quiero sentirme cómodo cuando alguien generalice y diga que los maestros somos profesionales de la educación en los que se debe confiar.
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