El otro día, oí a una maestra decir que tiene sus dudas sobre si cierta actuación educativa de éxito funcionaría en su clase. En primer lugar, debo agradecerle que compartiera ese pensamiento, porque me hizo darme cuenta de algo. Movido por el entusiasmo de haber encontrado el camino para mejorar mi trabajo, me veo en un punto en que parece lejano el momento en que yo tenía las mismas dudas o incluso más. De eso no hace ni un año.
Si alguna vez te ha parecido que pretendo hablarte como experto en educación, que quede claro que estoy lejos de serlo. Es el entusiasmo lo que hace que muchos maestros insistamos en animar a otros a cambiar. En realidad, la mayoría de los maestros que cambiamos las prácticas que aplicamos en los centros educativos asumimos, con avidez, que nos queda tanto por mejorar que siempre seremos aprendices. Y es una sensación reconfortante, no incómoda.
Quiero que experimentes lo que estoy viviendo en mi trabajo. A mí me recuerda a cuando, de niños, jugábamos en la montaña a saltar agujeros o pequeños barrancos. Cuando había uno que parecía demasiado grande, podía estar largos minutos dudando. Si me decidía a saltar, lo hacía con todas mis fuerzas y, una vez al otro lado, ocurrían dos cosas. Primero, sentía una increíble emoción. Después, la necesidad de convencer a los otros de que era posible. Quería que sintieran lo que yo.
Nunca salté al vacío. Nunca elegí un salto claramente imposible. Lógico, ¿verdad? En nuestro trabajo, tampoco debemos cambiar por cambiar, hacia cualquier ocurrencia que tengamos o que tengan otros. Cuando saltaba aquel cortado, sabía muy bien dónde quería aterrizar. Ese objetivo es ahora el aumento de la eficiencia y la equidad en el aprendizaje de nuestros alumnos.
Además, aunque no lo sabía, basaba mis cálculos en las leyes de la física, que los niños aprenden jugando. Del mismo modo, los profesionales de la enseñanza debemos basarnos en evidencias científicas y en actuaciones respaldadas por la comunidad científica internacional.
Piénsalo. Tenemos un trabajo muy especial y sobre todo muy importante. Si no estás mejorando las vidas de tu alumnado, si no te supone un reto, si no te emociona, ¿no merece la pena saltar?
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